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La vinculación de lo masculino al riesgo.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

La vinculación de lo masculino al riesgo.

Desde el comienzo de los tiempos ha existido un sexo unido al peligro, el posible daño y todo el sufrimiento que pueda brotar de este de un modo preferente: el masculino. Tradicionalmente los hombres hemos sido educados y empleados para asumir la mayor parte de las tareas peligrosas, desagradables o directamente dañinas que la sociedad ha tenido la necesidad de desarrollar. El ejemplo más patente de esta situación lo constituyen las guerras, para las cuales los hombres han sido el material humano preferente en todas las culturas y la inmensa mayoría de los conflictos bélicos vividos, situaciones en las que más que claramente muchos tendrán que morir, resultar gravemente heridos, o enfrentar los extremos del dolor y el sufrimiento tanto mental como físico, asumiendo esta espantosa e ingrata labor para proteger al grupo propio. Pero también en tiempos de paz encontramos pruebas de esta asociación entre lo masculino y lo peligroso o difícil. La mayor parte de los oficios considerados de riesgo son realizados mayoritariamente por varones, como lo son también la mayor parte de los accidentados o muertos en su trabajo. En nuestro país aproximadamente un 95% del total en ambos casos, porcentaje que excede el millar de muertos anuales.

¿Por qué el sexo masculino ha sido preferentemente utilizado por la sociedad para afrontar y resolver lo peor, muchas veces a costa de grandes sacrificios vividos en carne propia por numerosos varones, cuya suerte final nadie desearía para si? Para contestar a esta pregunta es necesario volver la vista atrás, comenzando el análisis desde los primeros pasos dados por la humanidad en el desarrollo de los grupos y colectividades que dieron lugar a la civilización. Por las diferentes características de ambos sexos a los hombres se les reservó por rol la exploración y manejo del medio externo, quedando reservado para las mujeres el cuidado de la familia y lo doméstico, lo que podría considerarse como el medio interno en que se desarrolla la vida de las personas.

El entorno en que se desenvolvían los hombres en aquella época tenía un carácter más amenazador y dañino, obligándoles en ciertas ocasiones a convivir con el peligro, aprendiendo a adquirir los valores y rasgos de carácter que les permitiesen enfrentarse con él cara a cara, e incluso aprendiendo a asumirlo de un modo temerario, evitando pensar demasiado en las consecuencias negativas que de éste pudiesen derivar, para así afrontar más decididamente y con menos escrúpulos su tarea. Y una vez que quedó establecido claramente que era una labor más propia de hombres la sociedad les educó para desarrollarla solícitamente y como algo normal para ellos.

Los tópicos del estilo a: “los hombres no lloran” o “demuestra que eres un hombre” así como los hábitos autodestructivos que muchos hombres incluyen en su estilo de vida, como conducir a excesiva velocidad, practicar deportes de alto riesgo o consumir grandes cantidades de alcohol y tabaco, están en relación con estos modos educativos, pensados para endurecer y curtir el carácter masculino, volviéndole más sufrido e indiferente ante los riesgos de las labores que tendrá que realizar de un modo preferente. Y éstas pueden ser muy duras y peligrosas a veces. El autor de este comentario tuvo una ocasión privilegiada para reflexionar sobre las consecuencias de la vinculación de lo masculino al riesgo durante un curso de Primeros Auxilios dado por la Cruz Roja. Durante una clase el profesor proyectó una serie de diapositivas dedicadas a accidentes traumáticos, para ilustrar sobre las diferentes clases de fracturas posibles. Las imágenes eran crudas e impactantes, lo que en ellas se veía resultaba muchas veces horrible, la clase de cosa que uno no desea le suceda jamás. Y todas las diapositivas estaban protagonizadas por varones, casi todos muertos en accidentes en el trabajo. En muchos casos sus cadáveres se encontraban auténticamente destrozados.

Esos hombres de seguro sabían que sus actividades eran peligrosas, sabían que la accidentabilidad laboral estaba ahí. Lo que no podían ni siquiera imaginarse es que en esa ocasión les iba a tocar precisamente a ellos, o no lo consideraban demasiado profundamente y sencillamente acudían cada día a ganarse su sueldo. Y esta falta de reflexión y crítica sobre su situación de peligro es también una forma del adiestramiento dado a los varones a través de la vinculación de lo masculino al riesgo, que conduce a una concienciación social de género a niveles muy profundos y significativos. Por ejemplo, es típico el caso del naufragio del Titanic para ejemplificar la conducta de los hombres asumiendo el riesgo en las situaciones de desastre*, anteponiendo las vidas de las mujeres y los niños a las suyas propias, al margen de su clase social, asumiendo la labor de protectores por ser varones, aun cuando era claro que el resultado de esta acción les costaría la vida. Esta conducta hace muy difícil de demostrar la idea ocasionalmente defendida por las corrientes más radicales del feminismo afirmando que el hombre considerase en el pasado, y dentro de la supuesta sociedad patriarcal, a la mujer como a un ser de valor inferior al suyo propio, al que explotar u oprimir en condiciones de semiesclavitud, y a sus hijos como una propiedad con la que prácticamente no mantenía vínculación afectiva.

La actual Ley de Igualdad también nos ilustra sobre este punto. En su disposición adicional novena punto dos, prioriza la atención a la salud laboral de las mujeres, a pesar de las muy adversas estadísticas protagonizadas en esta área por los varones, recordémoslo, con cerca de un 95% de las muertes o accidentes laborales sufridas por representantes de este sexo. Sin embargo la sociedad está tan acostumbrada al estereotipo del sufrimiento masculino que ni siquiera le da importancia: lo ignora sin más. Efectivamente, como demuestra la normativa anterior el sufrimiento laboral femenino tiene género, y se trata de solucionar específicamente. El masculino está invisibilizado y al hablar de accidentabilidad laboral no suele mencionarse ésta como preferentemente asociada con este sexo. La siniestralidad masculina no recibe un tratamiento de género ni despierta las alertas sociales como una clara discriminación sexual contra los hombres. Las medidas que deben paliarla no son concretas, sino que se diluyen formando parte del conjunto de la lucha contra los accidentes laborales, sin que existan medidas más que necesarias pensadas precisamente para los varones. Y es que el hombre accidentado es un trabajador más, sin que se de significado a su sexo. Es normal que de esta manera la Ley de Igualdad no se moleste en resolver los problemas de accidentabilidad masculina, a pesar de ser los más abundantes. Y este mismo tratamiento trasladado a otras muchas áreas sociales consigue excluir de cualquier consideración las discriminaciones masculinas, y junto con ellas a la mayoría de los hombres, de los programas encargados de desarrollar la igualdad de sexos.

Si consideramos los mensajes mediáticos se hace patente que la imagen del hombre sufriendo o recibiendo dolor es harto frecuentemente difundida a través de los medios, sin que esto, por tratarse de un hecho tan generalizado, represente ningún tipo de efecto chocante. Todos los días en la pantalla del televisor-el medio de comunicación de masas más extendido y significativo en nuestros días**- la mayor parte de la violencia y agresividad representada, a veces incluso del sadismo, se ceba en varones. Cualquiera puede sensibilizarse a esta realidad si sólo es un poco abierto a reconocerla. Basta con contestar honestamente a la pregunta, ¿de todas las escenas violentas o crueles cuántas tienen como víctimas a varones? Ante esta vulgarización del sufrimiento de los hombres la sociedad se anestesia ante el dolor masculino, como nuevamente corrobora la actual Ley de Igualdad, la cual en su artículo 40 sobre autoridad audiovisual afirma que:

“Las Autoridades a las que corresponda velar por que los medios audiovisuales cumplan sus obligaciones adoptarán las medidas que procedan, de acuerdo con su regulación, para asegurar un tratamiento de las mujeres conforme con los principios y valores constitucionales”

Sin molestarse en controlar los contenidos similares que puedan perjudicar a los hombres. ¿Puede considerarse de acuerdo a los principios constitucionales, la popularización preferente de la violencia y la crueldad, a veces con consecuencia de muerte ficticia, cebada en la figura masculina a través de los contenidos audiovisuales de un modo cotidiano? ¿Y si es malo y debe limitarse y regularse al hacérselo a las mujeres no será también malo y deberá limitarse y regularse al hacérselo a los hombres? ¿o es que tales contenidos pueden tener un efecto social adverso para el tratamiento de las mujeres y no para el de los hombres? Como respuesta a esta última pregunta baste señalar que de cada 100 muertes violentas en nuestro país un 70% son de varones, pero quizás por estar acostumbrados a la vinculación de lo masculino al riesgo nuevamente perdemos percepción e interés ante estos datos, no los consideramos como discriminación de género antivarón y excluimos injustamente a los hombres de las medidas que fomentan la igualdad, haciéndoles víctimas de una doble desventaja, por un lado su original discriminación social y por otro la indiferencia.

A pesar de todo el progreso alcanzado en nuestra época las herramientas más modernas que se han desarrollado para resolver las discriminaciones sexuales no se preocupan por los hombres, aumentando así considerablemente la deuda histórica que la sociedad mantiene con nuestro sexo. Con esto está muy relacionada la vinculación de lo masculino al riesgo y el grado de insensibilidad colectiva que potencia en relación con el sufrimiento masculino. En realidad, ni tan siquiera los mismos dirigentes varones están sensibilizados con el dolor de los hombres. La Ley de Igualdad se aprobó bajo la legislatura de Rodríguez Zapatero el cual la calificó de bella, mostrándose orgulloso de la misma, a pesar de sus graves carencias en relación con la lucha contra las discriminaciones de género masculinas.

Otro campo añadido en el que la vinculación de lo masculino al riesgo representa un serio factor de perjuicio para los hombres se relaciona con el modo que afecta al proceso de maduración masculina, obstaculizando la apropiada integración al mundo adulto de los varones jóvenes, ya que la asunción de valores relacionados con el peligro supone un destacado obstáculo para un desarrollo seguro, sobre todo durante la primera juventud.

En la medida en que a los varones jóvenes se les comunica una mayor búsqueda del riesgo, o se les exige una mayor familiaridad con el peligro y su manejo, se favorece su alejamiento de las normas protectivas creadas por los padres y educadores, fruto de su visión más conocedora y experimentada de la vida. Esto favorece su participación en diferentes tipos de prácticas potencialmente perjudiciales, con el sentimiento añadido de que ese alejarse de los valores y normas protectivas es algo típicamente masculino, en resumen un atributo de hombría, que deben de cumplir dentro de su proceso de desarrollo personal, aunque a veces les lleve a asumir conductas arriesgadas que las mujeres en general no se sienten presionadas ni se ven obligadas a experimentar, ya que la vinculación al riesgo ha estado considerablemente más correlacionada con lo masculino que con lo femenino.

Esta situación puede demostrarse con numerosos ejemplos, pero quizás uno de los más próximos, dañinos y evidentes tenga que ver con el de las generaciones juveniles diezmadas por el consumo de drogas. Durante las décadas de los años 70 y 80, en nuestro país y buena parte de Europa, el consumo de heroína con sus terribles consecuencias se relacionó fundamentalmente con varones jóvenes, los cuales comenzaron transgrediendo las normas y experimentando a muy temprana edad, sin un conocimiento mínimo del riesgo que sus acciones entrañaban, para terminar cayendo en una rápida y poderosa adicción, resultante en problemas de enfermedad, empobrecimiento económico, delincuencia, castigo legal, marginación e inadaptación sociales de los que muchos acabarían lamentándose durante el resto de sus vidas, cuando no terminaron siendo víctimas de una muerte precoz, adelantada en muchos años.

También la auto imagen que favorece para los varones la vinculación de lo masculino al riesgo puede explicar el actual menor rendimiento escolar de los varones, haciéndoles entender que deben destacar en otras áreas distintas de las puramente académicas, desarrolladas en un entorno demasiado monótono, normativo y poco audaz, perjudicándose así al no dar la debida importancia a una pieza clave de su inserción social, que resultará determinante en su posterior calidad de vida como adultos.

En otro aspecto la vinculación de lo masculino al riesgo contradice o al menos obliga a matizar los argumentos feministas que advierten de una mayor presencia masculina en los puestos más relevantes, más poderosos o de mejor status social, ya que también encontramos una mayoría de varones entre los encarcelados, los sin techo, los condenados a cadena perpetua, los sentenciados y ejecutados por pena de muerte en las naciones democráticas actuales que aplican este tipo de castigos o los torturados, perseguidos y asesinados en los regímenes totalitarios de cualquier época. Este siniestro reverso del éxito masculino es algo que el feminismo no menciona, prefiriendo edificar su tópico más que cuestionable del “varón privilegiado” observando la cara de la moneda que selectivamente más le conviene. Pero la vinculación de lo masculino al riesgo es un argumento masculinista que explica la dualidad del éxito y el fracaso masculinos de un modo mucho más evolucionado y acertado de lo que lo hacen los postulados de la preigualitaria ideología feminista. Históricamente y siguiendo la pauta de arriesgarse en su rol tradicionalmente más relacionado con las labores externas, muchos hombres han conseguido destacar llegando a los niveles más altos de la sociedad, pero otros han conocido las peores formas de fracaso existentes, tropezando irremisiblemente en la vida al avanzar por los caminos erróneos o excesivamente peligrosos.

Siendo esta situación fruto de una discriminación de género masculina no es suficiente el desarrollar leyes y acciones para potenciar a las mujeres a los mismos puestos de los varones que alcanzaron el éxito, sino que también es necesario desarrollar las medidas que ayuden de un modo preferente a los hombres que han fracasado, por una influencia negativa de la vinculación de lo masculino al riesgo, hasta que alcancen una situación lo más normalizada posible fuera de su situación de desventaja. Esto sería lo igualitario. Pero como las actuales políticas para la igualdad carecen de estas medidas en favor de los hombres fallan frontalmente a su propósito y se vuelven claramente hembristas.

Efectivamente, en nuestros días se desarrollan cada vez más leyes y acciones positivas para favorecer la paridad entre hombres y mujeres en los puestos prestigiosos o de valía. Sin embargo los hombres que han caído en lo más bajo de la sociedad , como resultado de asumir el riesgo según una pauta equivocada, no reciben un tratamiento que compense la discriminación de la que han sido objeto, e incluso ciertos sectores particularmente misándricos les utilizan para plantear una comparativa injusta entre hombres y mujeres, que apoya el tópico hembrista y antivarón de la superioridad femenina, similar a la que realizarían los machistas más reaccionarios al comparar el nivel intelectual de una mujer que ha sido discriminada por no recibir educación formal, con el de un varón educado durante años.

¿Cómo reconsiderar y transformar la vinculación de lo masculino al riesgo, rescatar de ella lo que pueda resultarnos útil a los hombres y eliminar todo aquello que incluye de autodestructivo e indeseable? La respuesta no es sencilla. La sociedad ha alienado, explotado y maltratado a los hombres haciéndoles asumir los peores roles y mientras estos existan alguien tendrá que ser adiestrado para realizarlos, a ser posible, sin reflexionar demasiado sobre ello, incluso desarrollando un sistema de creencias y actitudes que le lleven a considerarlo propio de su condición. Así es como se ha hecho con la masculinidad durante siglos, y en el presente lo cómodo es pretender que esta situación se mantenga.

En primer lugar debe darse la voz de alarma, siendo conscientes de que como hombres, corremos el riesgo de que se nos ofrezcan prioritariamente tareas, actitudes y situaciones que nos expongan a diferentes clases de peligros, a veces graves, y que se espere que contestemos diciendo que sí, a pesar de poder estar obrando en nuestro directo perjuicio. Y estas conductas pueden asimilarse como hábitos frente a los cuales la conducta suele ser de reacción, es decir, o menos pensada de lo que conviene o directamente puesta en práctica sin reflexión, de un modo casi automático. Pero de entrada siempre existe la posibilidad de rechazar la idea de que se trata de algo que debe de hacer un hombre, entendiendo que representa una discriminación sexual, y si una vez ponderada se ve el perjuicio claro que representa lo más adecuado es evitarla.

Desafortunadamente estos consejos individuales tienen escasa fuerza a la hora de solucionar un problema tan amplio, tan asentado y constante que alcanza el grado de una injusticia ya establecida y de la que numerosas fuerzas sociales son cómplices. Así que sólo desde otra acción de calado social, en este caso un masculinismo fuerte y comprometido, que analice los diferentes aspectos de la vinculación de lo masculino al riesgo y proponga soluciones y acciones concretas para cada uno de ellos, podremos paliar sus efectos negativos y filtrar de paso las conductas positivas que puedan conservarse de este rol.

Al mismo tiempo la experiencia de los varones más maduros para aclarar ciertas realidades a los más jóvenes es fundamental. Ellos saben mejor que nadie las trampas y engaños que ciertas situaciones supuestamente propias de lo masculino entrañan, y como en ellas se incluye un considerable grado de peligro del que puede resultar un serio daño con un beneficio mínimo o inexistente. Al haberlo vivido en primera persona o muy cercanamente, son los más adecuados para hacer el balance de los pros y contras de determinadas situaciones o conductas asignadas preferentemente a los hombres, y orientar a los más inexpertos sobre lo que les conviene o no hacer. En este sentido la proximidad de la figura paterna resulta fundamental en la educación de los varones.

Según el U.S.A. Department of Health and Human Services, Administration for Children and Familie, National Center on Child Abuse and Neglect, datos de 1996, los hijos que crecen sin conservar el contacto y relación con su padre, son:
5 veces más propensos a cometer suicidio.
32 veces más propensos a irse de casa.
20 veces más propensos a tener desórdenes de conducta.
14 veces más propensos a cometer actos de precocidad y abuso sexual.
9 veces más propensos a abandonar los estudios.
10 veces más propensos a abusar de substancias químicas y drogas.
20 veces más propensos a acabar en prisión.

Información tomada de la página de la Asociación Projusticia, link en:

http://www.projusticia.es/custodia%20compartida/custodia%20compartida.htm

Para añadir más información sobre este tema se recomienda la lectura del muy interesante artículo de Ricardo Chouhy titulado: Crecer sin padre: cambios y tendencias en la estructura de la familia norteamericana, el cual valora muy de cerca cual es el impacto de la ausencia paterna durante el proceso de crianza de los menores.

El texto íntegro de este interesante y esclarecedor documento está disponible a través del link:
http://www.redsistemica.com.ar/chouhy.htm

En el que se compendian gran cantidad de estudios que enfocan desde diferentes áreas la influencia de la ausencia del padre en el desarrollo y adaptación social de los hijos. Un par de párrafos especialmente destacados en relación con lo aquí expuesto son los siguientes:

“Ronald Y Jacqueline Angel, investigadores de la Universidad de Texas, publicaron un trabajo en 1993 en el que evalúan los resultados de todos los estudios cuantitativos que analizaron los efectos de la ausencia paterna. Dicen: "El niño que crece sin padre presenta un riesgo mayor de enfermedad mental, de tener dificultades para controlar sus impulsos, de ser más vulnerable a la presión de sus pares y de tener problemas con la ley. La falta de padre constituye un factor de riesgo para la salud mental del niño" (Angel & Angel, 1993)”

O

“Controlando el efecto de otras variables (coeficiente intelectual, nivel socioec. etc), el estudio muestra que las variables contacto con el padre y desempeño académico están fuertemente correlacionadas. El desempeño escolar más bajo fue el del primer grupo, con pérdida del padre anterior a los tres años de edad. Otros trabajos de investigación concuerdan con estas conclusiones (Katz, 1967; Solomon, 1969; Radin, Williams & Coggins, 1994; Lessing, Zagorin & Nelson, 1970; Santrock, 1972; Hetherington & Cox, 1978; Radin, 1981; Shinn, 1978). La variable crítica en todos estos estudios es el grado de proximidad física y emocional con el padre (no necesariamente el padre biológico, sino con la figura paterna) Es muy probable que uno de los factores que perturban el desempeño académico como consecuencia de la ausencia de la figura paterna, sea un mayor riesgo de déficit de atención y/o hiperactividad.”

Y

“La conexión entre ausencia del padre y delincuencia surge de numerosos trabajos de investigación (Adams, Milner & Schrepf, 1984; Anderson, 1968, Chilton & Markle, 1972; Monahan, 1972; Mosher, 1969; Robins & Hill, 1966; Stevenson & Black, 1988; Wilson & Herrnstein, 1985; Bohman, 1971; Kellam, Ensminger & Turner, 1977). Dos economistas de la Universidad de California, Llad Phillips y William Comanor, basándose en un seguimiento de más de 15.000 adolescentes que realiza anualmente el Center for Human Resources (Ohio State University), encuentran una fuerte asociación estadística entre ausencia de padre y delincuencia juvenil/violencia: el riesgo de actividad criminal en la adolescencia se duplica para varones criados sin figura paterna. Un punto interesante de este estudio, es que el impacto de una madre ausente respecto de la variable criminalidad es casi nulo, lo que confirma la especificidad da la figura paterna respecto de la conducta transgresora. Dos antropólogos, M. West y M. Konner también detectaron una relación entre ausencia del padre y violencia, al estudiar el funcionamiento de una serie de culturas diferentes. Las culturas con mayor involucración del padre en la crianza de los hijos son las menos violentas (West & Konner, 1976)”

Como bien puede observarse en general la figura paterna resulta de una especial relevancia, ya que actúa como mentor, no sólo aportando amor, proximidad y protección a sus hijos, sino evitando sobre todo en los hijos varones el que puedan incurrir en los peligros que derivan de la vinculación de lo masculino al riesgo, protegiéndoles dada su mayor experiencia de muchas de las actitudes negativas, autodestructivas o contraproducentes que la sociedad les ofrecerá de un modo preferente.

Hoy en día muchos padres libran duras batallas para poder mantenerse en la vida de sus hijos, apostando por vías como la custodia compartida tras los procesos de rupturas de parejas, las cuales a tenor de los anteriores datos les beneficiarían enormemente. Por desgracia, al menos en nuestro país, existen fuerzas poderosas que tratan de impedir que estas iniciativas prosperen. Otro motivo más para desarrollar un masculinismo unido y sólido, ya que las injusticias sociales sólo pueden resolverse enfrentándolas desde plataformas que las equiparen en fuerza social.

Este y otros muchos males son fruto de una discriminación de género preferentemente masculina, la vinculación de lo masculino al riesgo. Es bueno como primer paso darla nombre, tomar conciencia de su influencia y a partir de ahí realizar todas las acciones tanto individuales como colectivas que la erradiquen o disminuyan al máximo en sus efectos negativos.






* En la actualidad junto a la televisión también podríamos mencionar a numerosos comics, videojuegos o creaciones literarias como seguidores de esta tendencia. E incluso resulta sencillo encontrar los homólogos correspondientes en cualquier periodo histórico. Por citar algunos ejemplos, los cantares épicos, de gesta, la mayor parte de las tragedias griegas, las novelas de caballería y numerosos mitos de la antigüedad asocian lo masculino con lo peligroso, letal o violento.

** Un ejemplo más próximo a nuestros días de esta situación aparece en los atentados terroristas contra las torres gemelas de Nueva York el 11 de septiembre del 2001. La abrumadora mayoría de los fallecidos en esta lamentable tragedia integrantes de los diferentes cuerpos de rescate, como bomberos, policías u otros equipos de actuación en situaciones de emergencia, eran varones.

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